jueves, 31 de mayo de 2007

CIUDAD DEL CRIMEN



Suena el despertador. Me levanto con dolor de cabeza y me tomo un gelocatil. Tengo un humor de perros. Es mi día de descanso y tengo que ir al trabajo. Mi jefe, el comisario O’Donnell, quiere encomendarme un nuevo caso, un homicidio que se ha producido en la zona sur de la ciudad. El cadáver de una prostituta con el rostro desfigurado y una serie de marcas por el cuerpo. Con éste, ya van cuatro. Otro psicópata, hijo de puta, suelto por la ciudad, como si ya no hubiera bastantes. En el último semestre, la violencia, la delincuencia y el crimen, en general, se han triplicado por tres. Una nueva oleada de inmigración ha llegado a Ciudad del Crimen, nombre irónico, por cierto, que atrae a todo tipo de malhechores y ex convictos, gente sin escrúpulos ninguno y sin afán de trabajar dignamente. Esta es la realidad que me toca vivir día y día y con la que tengo que lidiar: putas, drogadictos, asesinos, violadores, gais y travestidos. Me montó en mi coche. Enciendo la radio. Ya están otra vez los del canal NEW NEWS dando la lata. Están en contra del alcalde, sacando trapos sucios, intentando que se abra una investigación sobre una malversación de fondos de caudal público y especulación urbanística. Como si los alcaldes sólo se dedicaran a esos menesteres. Fuentes mías, me han dicho que el mismísimo alcalde está metido en asuntos más turbios de drogas y tráfico humano. Si no fuera porque todos los altos cargos de esta ciudad están sobornados por él, ya me gustaría encerrarlo entre rejas de por vida. Menuda alimaña. Cuando llego al lugar del crimen, la zona está acordonada. Un montón de furgones de televisiones con sus correspondientes periodistas intentan avasallar y sacar imágenes para luego venderlas a ese público sediento de sangre, que tanto adora los programas de cotilleos y famosos, pero más aún las ejecuciones televisadas de presos. Buitres carroñeros. Bueno, como ya os habréis dado cuenta, no soy muy cuidadoso con mi lenguaje. Soy bastante rudo. Me gusta llamar a las cosas por su nombre, sin rodeos, sin ser políticamente correcto. La verdad es que mi infancia no fue, digamos, un camino de rosas. Mi padre era alcohólico. Empezó a beber cuando se quedó sin trabajo porque lo despidieron de una factoría de coches que cerró. Siempre que se emborrachaba, pegaba a mi madre. Para que no hiciera lo mismo conmigo, mi madre me encerraba en un armario pero el desgraciado nunca se quedaba satisfecho. Después de terminar con mi madre, venía a por mí y me castigaba con su odioso cinturón dándome unos correazos terribles. Por suerte, en una revisión médica del colegio, detectaron los malos tratos que recibía del malnacido y convencieron a mi madre para que le denunciara y se divorciara. Como el juez mandó una orden de alejamiento, el tipejo se tuvo que ir de casa y nada más volvimos a saber de él. Supongo que acabaría vomitando el hígado en una alcantarilla de algún callejón lleno de inmundicia, devorado por las ratas. Aparco el coche en la zona reservada a la policía. Nada más bajarme del mismo, se me acerca Kytie Welldone, la reportera estrella de NEW NEWS. Qué podría decir de ella. Nada bueno, sin duda. Es la típica modelo-periodista pija con un cuerpo de infarto, cuya imagen copa las portadas de las revistas masculinas de los quioscos. Ya no le queda nada por enseñar, ni en el aspecto físico ni en el profesional. Una neurona no da tampoco para mucho. Aunque tengo muy claro cómo ha sido el meteórico ascenso de su carrera: haciendo horas extras en las camas de los directores de las cadenas televisivas.
- Disculpe, señor inspector. Puede darnos más datos del asesinato. ¿Tiene ya la policía algún sospechoso? – me dice en tono inquisitivo-.
- Señorita, es domingo. Seguramente estaría mejor durmiendo plácidamente en su apartamento o comiendo salchichas de Frankfurt. Aunque según las malas lenguas, usted es vegetariana.
No dejo que me conteste porque apresuro el paso hasta atravesar el cordón policial y adentrarme en la casa. La policía científica está terminando de tomar huellas y buscar pruebas en el escenario del crimen. O`Donnell me ve y se dirige hacia mí. Me comenta que el homicidio debió producirse alrededor de las cinco y media de la mañana. No había indicios de que las puertas o ventanas estuvieran forzadas. Eso quería decir que seguramente la muerte le sorprendió en compañía de algún conocido. Me acerco para examinar el cuerpo. Levanto la manta que lo cubre y descubro que, aparte de la cara que refleja una brutal paliza, está lleno de moratones y cortes de cuchillo bastante profundos. Además hay restos de implantes de silicona que salpican la alfombra sobre la que descansa el cuerpo. Se puede decir que esta puta sí que era de goma, además de ser de lujo. Pero hay algo que me hace pensar que la muerte no se ha producido en la casa. Aunque los muebles están destrozados y parece que el asesino buscaba algo, sólo la moqueta tiene manchas de las heridas sangrantes. Me dirijo a la habitación de dormir y me fijo en el armario. Dentro hay abrigos de pieles, vestidos largos de noche con escotes muy generosos, trikinis, bikinis, etc. Observo que un abrigo de visón que está colgado con una orientación distinta a la de los demás. Examino los bolsillos y sólo encuentro un paquete de cerrillas con publicidad de un local de copas llamado ANGELS OF NIGHT. Lo guardo en el bolsillo y sigo examinado la habitación. No encuentro nada interesante. Salgo de nuevo a la sala donde está O`Donnel.
- Me voy a casa, jefe. Mañana, con los informes de los laboratorios y de los anteriores asesinatos, intentaré sacar conclusiones. Lo más probable es que se trate de alguna mente enfermiza obsesionada con el sexo –le comento-.
- De acuerdo, Axel. Confío en ti. A primera hora de la mañana nos veremos. Espero no haber estropeado tu día de descanso, pero este asunto no quiere que se me vaya de las manos. Tú eres mi mejor inspector y detective.
Cuando salgo por la puerta descubro que el furgón de NEW NEWS está obstruyendo la salida de mi coche. Me dirijo hacia la ventanilla de conductor y doy unos ligeros golpes con los nudillos. El conductor baja la ventanilla y en el otro asiento está Kytie.
- Haga el favor de retirar su vehículo. Necesito salir ya – le pido-.
- En primer lugar, creo que usted me debe unas disculpas. Yo sólo estoy aquí intentando hacer mi trabajo. Por ello me pagan. Además, usted quién se cree qué es para juzgar a los demás, inspector… –dice la reportera con tono indignado-.
- Inspector Axel Belezi, de la brigada de homicidios del departamento de policía de Ciudad del Crimen. Le queda claro, señorita. Ahora retiren su furgoneta sino quieren pasar la noche en la cárcel – replico con prepotencia-.
Veo en su cara el gesto contenido de odio hacia mí. A regañadientes hacen marcha atrás y permiten que pueda irme a casa. Por qué todavía el supuesto psicópata no había dejado ningún mensaje atribuyéndose la autoría de los asesinatos. Llego a casa justo antes de la hora de comer. Me doy una ducha fría y enciendo la televisión. No puede ser, qué pesadilla. Ahí está de nuevo Kytie, retransmitiendo desde el lugar de los hechos, entrevistando a los vecinos. Por lo visto, la casa de la chica era muy frecuentada por gente ajena al barrio, pero aquella noche nadie había percibido gritos de pelea ni ruidos extraños. Eso fue lo más interesante que dijeron. Incluso al final, la reportera tuvo un detalle conmigo. Mencionó que al frente del caso se encontraba un agente rudo que había sido amonestado varias veces por faltas graves de conducta en el ejercicio de su profesión. En verdad, no estaba mintiendo. En el mundo policial hay dos tipos de personas: las que velan por el cumplimiento de la ley y las que la ejecutan. Yo soy una de estas últimas. La ley no puede ser misericordiosa con el que la infringe, se ha de imponer sin piedad. Los jueces sólo son títeres corruptos que hacen que la justicia tenga dos dioptrías y un poco de astigmatismo. En mis diez años de estancia en el cuerpo de policía, he pasado por distintos departamentos. Cuando estuve en el de estupefacientes, hubo dos tipos mafiosos que no querían “colaborar” conmigo en la investigación. Así que empleé mis métodos con ellos y al final declararon. Lástima que el abogado defensor alegara que las confesiones de culpa habían sido hechas bajo coacción, amenazas y tortura. Ellos acabaron saliendo libres sin cargos y yo tuve dos meses de vacaciones suspendido sin empleo ni sueldo. Otro caso similar me ocurrió cuando me cambiaron a la brigada de control de inmigración.
A la mañana siguiente, sobre la mesa de mi despacho tenía los informes de los asesinatos previos. En todos ellos el perfil de chica coincidía. Jóvenes, de entre 17 y 29 años, de curvas voluptuosas, naturales de la ciudad, sin trabajo estable y que supuestamente sobrevivían gracias a subsidios de desempleo que otorgaba el ayuntamiento. Estaba claro de dónde sacaban estas mujeres el dinero para costearse sus pequeños caprichos. En cuanto a los resultados de la policía científica, el precavido asesino no había dejado ninguna huella o indicio que permitiera identificarlo. Lo mejor sería coger una lista de los trabajos temporales que habían ejercido e intentar hablar con sus jefes para sacar algunos datos. Después de una semana de intensa investigación, no descubrí apenas nada. En los trabajos donde había estado daban la sensación de ser personas con una aparente vida normal y sin ningún tipo de problemas. La corta duración de los contratos tampoco había permitido establecer relaciones de confianza más estrechas entre los jefes y sus trabajadores. El asunto parecía estar muy complicado. Sólo me quedaba una opción. Aquel paquete de cerrillas que guardaba en mi bolsillo. No me sonaba de nada el nombre de ANGELS OF NIGHT, así que consulté con uno de mis contactos. Me informó que era un local de striptease, frecuentado por peces gordos de la ciudad, situado en el extrarradio. Para poder entrar hacía falta ser socio del club, lo cual no estaba al alcance de cualquiera. Así que decidí ir a echar un vistazo, ya que era mi última esperanza de averiguar algo. Por el camino de ida, detecté la presencia de un coche que me siguió nada más salir de casa. No me inquieté mucho. Fuera quién fuera no me daba miedo. Al llegar a la puerta del recinto que daba acceso al local, me encontré con la oposición de los guardias de seguridad que me exigieron una orden de registro. Como por las buenas veía que no iba a conseguir mis objetivos, intenté emplear la fuerza bruta. Pero como estaba desentrenado, aquellos maromos me dieron una buena paliza y me dejaron tirado, inconsciente, junto a un barranco, al otro lado de la carretera. Hasta ahí es lo que recuerdo. Cuando me desperté me encontraba postrado en la cama en una habitación que no era la mía. De repente se abrió la puerta y ¡demonios! , otra vez ella. Sí, delante de mí estaba Kytie con una bata y una bandeja en la mano.
- Señor inspector. Aunque sé que usted no se lo merece, le he salvado la vida y aquí le traigo algo para que reponga fuerzas. Le doy un consejo, aunque no lo va a aceptar: cambie sus formas de investigación. El arquetipo de tipo duro y machote ya no da tan buenos resultados como antaño.
- ¡Qué sabrás tú! Bueno, realmente, sí lo sabes… - le respondí enojado-.
Entonces el gesto de su cara dio un giro de 360 grados para volver a girar pi radianes. Comprendí que ésta no era la manera de ser agradecido. En el fondo, tenía algo de razón, aunque no me gustara reconocerlo. Me había recogido de la carretera y había cuidado de mí. Pero sé qué quería algo a cambio. En este mundo, la gratitud siempre tiene un precio. Le pedía disculpas y ella aceptó, aunque sólo fuera para dar una buena imagen de cara a la galería. Había vuelto a hablar con las personas relacionadas con las víctimas por si descubría datos interesantes. Uno de los jefes le comentó, en secreto, que había oído una llamada telefónica, vía móvil, de una de las víctimas. En la conversación había escuchado algo de una cita con el alcalde. Vaya imbécil, decirle un secreto a un periodista es como meter la mano en medio del fuego y esperar no sentir dolor. Resultaba que me había estado siguiendo durante toda la investigación en mis trayectos por la ciudad ya que yo no me había mostrado dispuesto a colaborar con ella. Ahora, y dada la situación en la que me encontraba, las cosas habían cambiado y estaba dispuesta a ofrecerme su ayuda a cambio de la mía. Si el alcalde estaba metido en un asunto como éste, estaba dispuesta a llegar al fondo para hundir su carrera. Qué podía hacer. Siempre me ha gustado ser un lobo solitario. Ir a contracorriente, imponer mis métodos y seguir unas reglas, las mías, por supuesto. Si no había conseguido entrar en el local de alterne a mi manera, quizá ella sí lo lograra. Sin más remedio, acepté a regañadientes y le informé del hallazgo del paquete de cerillas y de mis informes policiales. Estaba claro que por ser mujer no iban a dejarla entrar como socio o mediante cualquier soborno. Así que la única manera de poder hacerlo es que ella se ofreciera a trabajar allí. Imagino que si hubiera sido otro tipo de mujer hubiera resultado imposible convencerla para realizar esta tarea, pero ella no dudó ni un segundo en aceptarla. Para no ser reconocida dio un cambio radical en su aspecto. Se cortó la larga melena rubia y se tiñó el pelo de negro. Acudió a una clínica de estética para moldear y rellenar sus labios y pómulos mediante unas inyecciones de una sustancia que había sido patentada recientemente. En definitiva, el aspecto que ahora presentaba su rostro y cabello no era para nada el que antes todo el mundo conocía De esta manera le sería más fácil actuar sin levantar sospechas. Las dos semanas que pasé en casa recuperándome de mis heridas fueron bastante productivas para Kytie. No tuvo problemas para conseguir trabajo en el local. Junto a ella, trabajaban otras veinte chicas. En verdad, entre los socios del prostíbulo se encontraban altos cargos de la magistratura de justicia de Ciudad del Crimen, además de políticos, ricos empresarios y banqueros y como no, el alcalde. Todos ellos cerdos endogámicos que se habían unido para crear un espacio propio de vicio y lujuria donde satisfacer sus apetitos sexuales con carne fresca y joven. El trabajo de las chicas era muy sencillo. Primero, las chicas hablaban con los clientes y les animaban a hacer gasto en el bar. Después, actuaban en diferentes escenarios apoyadas en la típica barra americana mientras realizaban el striptease. Por último, los socios que esa noche eran elegidos por sorteo escogían a la chica que más les gustaba y se la llevaban a las habitaciones de la planta alta. El alcalde siempre podía elegir con preferencia sobre los demás y sin entrar en el sorteo. Después de la primera semana de convivencia, Kytie consiguió que las chicas se sincerasen con ella. Estaban muy asustadas e incluso habían intentado dejar el trabajo, pero continuaron presionadas y coaccionadas bajo amenazas. Cuatro compañeras suyas habían aparecido asesinadas y ninguna quería ser la próxima en aparecer en las noticias. Su instinto periodístico le indicaba que la clave de todo el meollo estaba en el alcalde. Así que se las ingenió de una manera astuta para engatusarlo, como bien saben hacerlo las mujeres, contoneando y moviendo voluptuosamente sus curvas en el escenario. De esta manera se convirtió en la favorita del mismo. Todas nuestras sospechas en lo relativo a los negocios sucios del alcalde se confirmaron en las siguientes semanas. Recibía llamadas muy a menudo de todo tipo de mafiosos, narcotraficantes y traficantes de seres humanos. Él movía todos los hilos para que los controles en la ciudad fueran permisivos y dejaran pasar la mercancía. A cambio obtenía importantes cantidades de dinero e incluso alguna parte de la misma para su propio lucro. Las primeras veces que estaba con Kytie, intentaba disimular e irse a otra sala del local para hablar por teléfono. Pero ahora que ella se había convertido en su preferida no se preocupaba de ocultarlo. De hecho, le había amenazado de muerte si de sus labios salía alguna palabra de lo que había dicho o escuchado en su compañía. Imagino que las demás chicas asesinadas sufrieron igual suerte y que al final sabían demasiado, tanto como para convertirse en una amenaza potencial. Con todo lo que había descubierto teníamos material suficiente para empapelar toda la ciudad y mandarlo a la trena. Sólo necesitábamos un tribunal imparcial dispuesto a juzgarlo y una confesión de las muertes tras las que sospechábamos que se encontraba. Así que preparamos un delicado y minucioso plan. Intentaríamos establecer un encuentro en la frontera entre Ciudad del Crimen y Ciudad del Orden entre él y un traficante. Después haríamos aparecer a la policía de esta última ciudad y una vez arrestado ya podría iniciarse el enjuiciamiento. De las confesiones ya se ocuparía Kytie. No en vano, la promotora del encuentro era precisamente ella. Para ganarse la confianza del alcalde, Kytie se inventó un pasado bastante siniestro. Había sido criada en los barrios más marginales de la ciudad. Convivía frecuentemente con gente de mala calaña e incluso ella misma había estado metida en asuntos de drogas e incluso había pasado por la cárcel. Allí había conocido a un traficante de poca monta que en la actualidad estaba amasando una importante fortuna. Adivinen a quién le tocó hacer el papel de traficante. Pues a mí, adecuadamente disfrazado. Así que ambas partes decidimos reunirnos a la medianoche en el descampado de un bosque en la frontera entre ambas ciudades. Nosotros fuimos los primero en llegar. Cinco minutos más tarde llegó el alcalde en su limusina escoltado. Venía con Kytie y dos guardaespaldas. Después de los correspondientes saludos y presentaciones, le propuse el trato. Un cargamento de hachís puro 100 % que sería introducido en la ciudad. A cambio yo le obsequiaba con el 40 % de las ganancias de su venta. Él, después de probar una pequeña muestra, quedó satisfecho y aceptó. En ese preciso instante, y según los planes establecidos, la policía de Ciudad del Orden hizo su aparición. Todos pusimos tierra por medio y simulamos la huida. Sin embargo, el hábil chófer del alcalde consiguió dar esquinazo a los coches de policía y emprendió rumbo a Ciudad del Crimen. Parece que la cosa no iba a salir como lo esperado. Cuando hubo pasado la señal del límite entre ambas ciudades, incitado por las palabras de Kytie, el fanfarrón del alcalde empezó a regodearse y decir que nunca podrían condenarlo por ninguno de sus delitos ni siquiera por la muerte de aquellas prostitutitas. Pero no contaba con que un control de la policía de Ciudad del Orden le obstaculizaba el paso. Al final fue detenido aunque se resistió alegando que la zona no correspondía a la jurisdicción de Ciudad del Orden. No contaba con que mientras hacíamos el trato, los policías que luego entraron en acción, cambiaron la orientación de las señales que indicaban la ruta a Ciudad del Crimen. Así que realmente, y como sospechábamos, se dirigieron directamente a la boca del lobo. Además, Kytie llevaba encima una grabadora y un micro con lo cual, el tema de las confesiones también se resolvió. El alcalde acabó sus días cumpliendo cadena perpetua en la penitenciaría de Ciudad del Orden. Kytie, gracias al gran reportaje que elaboró con toda la información, consiguió importantes premios, entre ellos, el Pultizer y yo un merecido ascenso, ahora sería el comisario Axel Belezi.
- Oye, pero en la condecoración dijeron que tu apellido era Beleziroponte, ¿por qué utilizas el otro? – me pregunta ahora Kytie-.
- Porque de pequeño recibía muchas burlas en el colegio, me llamaban el bisonte los muy cabrones.
- Pues yo pensabas que eras de ascendencia italiana.
- No, soy griego.
Por unos instantes, nos quedamos mirando fijamente. Sabemos que simultáneamente hemos pensado lo mismo. Sólo es cuestión de tiempo que uno de los dos lo diga.
- ¡Joroña, que joroña! –exclamamos los dos entre risas-.



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1 comentario:

virginia dijo...

je je
muy bueno!!

besitos sureños con sabor a verano

vir

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