martes, 27 de julio de 2010

REXISTENCIA

Al principio fui la nada,
el amanecer engullido por el torbellino
del crepúsculo y de la ausencia,
un banco de tinieblas que arropan a la noche,
una lluvia seca que quema la garganta,
un baño de lágrimas que no dan ya pena.

Más tarde me transformé en negación,
oscuridad que todo lo alumbra,
aliteración y metonimia tatuadas en el corazón
del que se cree el dueño del mundo
y que, en verdad, es esclavo en libertad.

También creí ser fuerte,
como el roble,
más mis ramas se doblaron
por el peso de la soledad y la angustia.

Incluso me pareció ser firmamento,
bóveda celestial de islotes luminosos,
pequeñas linternas que navegan a la deriva
en un mar de hombres apagados y sin ideas.

Por un instante me sentí jardinero de palabras,
leñador de frases con corteza hueca y contenido perenne,
pescador de cuentos olvidados en el abismo del alma,
tejedor de sueños arriostrados en las rocas de la infancia,
guardacostas de signos que no significan nada.

Por último, intenté ser yo,
vivir mi vida
sin traicionarme cada mañana,
sin ser una sombra de verano
agazapada tras la rápida estela
de una hilera de vagones de tren
vacíos y que no llevan a ninguna parte.

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