sábado, 12 de junio de 2010

ÚLTIMAS PALABRAS

Esta noche escribo, quizás mis últimas palabras. Quiero contarte todas esas cosas que duermen profundamente en el suelo de mi mente y esperan la llamada de los rayos de la vida para germinar y florecer de la forma más bella imaginable. No quiero que la corriente del miedo o del olvido se deshaga de las últimas hojas del otoño de mi persona. Por donde empiece, el principio o el final, no importa, ya que ambos son una falacia que alguien inventó para hacer una marca en las perfectas formas circulares. Fui una persona romántica, con una sensibilidad especial para la música sentimental, esa que te hace cosquillas en el corazón y te obliga a dejar en libertad lágrimas traicioneras. Amé en silencio, secretamente y con todo mi corazón. Me autoimpuse el juramento de Aragorn, aquél por el cual no tomaría esposa hasta que alcanzara una meta propuesta que se llevó mi juventud y mis primeras energías. Desde pequeño me gustó leer y escribir, más lo segundo que lo primero. Fui más sinvergüenza en la infancia que en el resto de mi existencia. También es cierto que entonces era más libre y menos consciente (más feliz) de lo que me esperaba en el futuro. He de reconocer que nunca quise crecer temporalmente (físicamente no me hubiera venido mal un par de centímetros de más) y odié cumplir años. Conocí a muchas personas que nunca llegaron a conocerme porque me vi obligado a fabricarme un muro-escudo espartano que les protegiera de mí. Hubo momentos en los que me sentí incomprendido y pasé mi juventud en la más absoluta soledad. Debo ser la persona que mejor se conoce a sí misma y la que más ha conversado consigo mismo sin miedo a pensar que ha perdido la cordura. Pasé muchas noches en vela pensando cuál sería mi destino y por qué estaba en el mundo. Pensé incluso que me había equivocado al nacer en la época en la que lo hice e imaginé cómo hubiesen sido mis reencarnaciones pasadas, lo que me hubiese gustado hacer, conocer o adónde viajar. A pesar de todo, nunca me sentí realmente solo porque me inventé un pseudónimo, una máscara con la que sumergirme en otra realidad que alivió mi infelicidad. Una segunda vida, virtual, donde refugiarme cuando huía de la primera, la real. Y fue en ese nuevo mundo donde quizás me encontré a mí mismo, a la persona a la que me hubiera gustado parecerme en la realidad, a ese hijo del que todo padre estaría orgulloso y satisfecho, al hijo más guapo y cariñoso que cualquier madre podría imaginarse en el mejor de sus sueños, al hermano que siempre estaría a tu lado dispuesto a ayudarte, compartiendo contigo la más dulce y sincera de las sonrisas.
Bienvenidos a mi mundo. Gracias por llenar el vacío que se instaló en mí y permitirme volver a nacer aquí.

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