miércoles, 11 de octubre de 2006

LITERATURA COMERCIAL

Últimamente no sé qué escribir. Ya no fluyen de mí las palabras como las cataratas del Orinoco ni tan siquiera como ese arroyuelo que pasa junto a tu casa y está seco en el caluroso estío. Me siento como una naranja que ha sido exprimida y, a la cual, ya no le quedan más gotas que dar. Sí, probablemente sea eso. O quizás se haya convertido en realidad la broma que gasté a una amiga mía. Le dije: mi inspiración se fue de vacaciones y aún no ha vuelto. ¡Quién sabe! Hay ocasiones en las que cuando escribía pensaba en mis posibles futuros lectores anónimos. Recibo muchas visitas anónimas, sin comentario claro está. Y eso me da qué pensar. Es como cuando en la oficina todo el mundo te saluda por tu ascenso dentro la empresa, pero lo que tú realmente esperas es la confirmación oficial del jefe. Yo no pretendo ser ningún filósofo de la vida, ni adoctrinar a nadie. Escribo lo que me apetece, lo que siento o lo que me gustaría sentir. Mi literatura no pretende ir más allá de donde tú le permitas ir. Ella tímidamente llamará al portal de tu mente y se quedará, en el rellano de la escalera, esperando que abras la puerta de tu corazón. No pretenderá venderte ninguna colección de libros por fascículos, cuchillos indestructibles o relajantes colchones de látex. Tampoco se tratará de un agente de viajes que te propondrá un crucero en trasatlántico por los mares de Oceanía, o un viaje por el espacio hacia la constelación de Casiopea, ni tan siquiera un tranquilo fin de semana en una casita rural en el campo. Lo suyo es mucho más simple. Te dará una semilla, insignificante a primera vista. No la desprecies. Tú sabes que las pequeñas cosas de este mundo son las que realmente nos hacen felices. No es más feliz el que más tiene, sino el que más ha dado. Parece una paradoja, verdad. Muchos buscan la felicidad en cosas externas (dinero, poder, fama...) porque los medios de comunicación, o mejor dicho, los dueños de los mismos han querido hacernos creer que eso es así. Pero tú seguro que has visto la película “Ciudadano Kane” o tal vez te la han contado. Pues precisamente la semilla que te voy a dar sirve para que la plantes en ti y vuelva a florecer el alma de niño que dejaste secar cuando creciste. O es que ya no te acuerdas lo dichoso que eras cuando jugabas en el patio del colegio con tus compañeros, o cuando tu mama te tapaba con una manta por las noches y te daba un besito en la frente. Nada te resultaba imposible porque ponías siempre todo tu empeño. Sin embargo, más tarde, cuando te hiciste mayor, tu horizonte se llenó de barreras infranqueables impuestas por otros. Te volviste un conformista y dejaste que tu alma de niño se marchitara con la luz artificial de una fría lámpara, alimentada por una red de sentimientos inhumanos.


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1 comentario:

virginia dijo...

¿^Quién dijo que la inspiración se fue?.Muy bueno.besos.

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